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  • Martín Urrutia

Chelas en frío



Kitsilano Liquor Store, Vancouver, Canadá (https://www.kitsilanoliquorstore.com/about).


La cerveza es u gusto adquirido, verdad muchas veces repetidas a lo largo de la historia y otras tantas veces escuchada en mi vida. Efectivamente, no me gustaba la cerveza de chibolo y, por razones de la vida, no tomé nada alcohólicamente imbuido hasta los 22. De hecho, la primera vez que tomé una chela con gusto fue a esa edad y en Venezuela, estaba de visita junto con mi hermano. En algún bar, sonoro de merengue y rebosante de tequeños, mi hermano y yo nos pedimos unas chelas, Polar Pilsen, que además venían en latitas ridículamente pequeñas. Con el tiempo, alguien nos explicaría que mientras más te acercas al caribe, más pequeñas se hacen las botellas y latas, al parecer es una manera ingenios de evitar que se te calienten las chelas después de los primeros sorbos.


Las chelas animaron la noche, por supuesto, y después de varias latitas y sendas porciones de tequeños, me di cuenta que nunca había estado borracho. Así que decidí confesar la vergüenza de mi abstinencia y preguntarle a mi hermano “¿Cómo sabes cuándo ya te está poniendo la chela?”. Y mi hermano respondió, como siempre, con la sabiduría de un ingeniero en temas chupísticos: “Ah, fácil. Cuando volteas la cabeza rápido y la imagen llega un poquitito después, ya estás ya”. La noche siguió con múltiples movimientos apresurados de cabeza y varios combos Polar/tequeños más. No hubo borrachera, pero sí buenos aprendizajes.


Tiempo después en Lima, recordé esta experiencia, siempre poniendo en práctica la técnica “giro ninja de cabeza” para no hacer escándalos etílicos innecesarios, y noté algo clave. La chela peruana sabía muy diferente. Obvio, ahora a la distancia es lógico pensar que, finalmente como cualquier otro producto, los sabores, colores y aromas cambian de país a país. Pero encontraba a la chela peruana más metálica, menos divertida y tomable que las Polar venezolanas. Poco después experimenté las mismas diferencias en marcas locales, en la época en que Cuzqueña sacó sus variedades rojas y de trigo. Un mundo desconocido para un bebedor recientes.


Mi experiencia cervecera ha estado muy ligada a mi experiencia viajera, que aunque no es tan vasta, me ha llevado a destinos donde la cerveza fue clave. Recuerdo mucho haberme enamorado de la chela (yo todavía un bebedor de ron en mis últimos años universitarios, otra gran influencia venezolana) en Münich, tomándome un litro de Augustinier Bräu en un biergarten, rodeado de alemanes alegres de ver un peruano ponerse alegre y voltear a cabeza inesperadamente después de tan solo un litro de chela. Recuerdo también una tarde en San Francisco, viajando solo, en donde entré a comer una hamburguesa y no fui capaz de elegir algo en un bar con alrededor de 15 caños y haber terminado tomando la recomendación del barman: Blue Moon con una rebanada de naranja.


Mi camino cervecero fue inesperado, porque puedo decir que nunca me sentí un gran chelero. Pero todo cambió cuando estudié en Canadá. Alejados por varias fronteras, pero conectados por la vida, sería mi hermano, residente hace un tiempo de la lluviosa Vancouver, el que me daría otra lección chelera. En primera semana, recién llegado a un otoño multicolor que nunca había visto, me mandó a comprar unas chelas para celebrar mi llegada. “Acá solo venden chelas en los liquor stores, hay uno acá nomás, trae lo que te guste”.


No tenía idea que, reviviendo las experiencias del Almirante Ackbar, estaba cayendo en una gran emboscada. Cuando llegué, me encontré con unas 7 refrigeradoras plagadas de cerezas, no solo de diferentes marcas, sino de “estilos” variados. Yo, hasta ese momento, no tenía idea de la variedad del universo chelero. Abandoné Lima poco antes de que Barbarian popularizara la cerveza artesanal y no viví el inicio del boom local. Ante la duda y desesperación, hice lo que cualquier limeño estudiante misio haría: analicé qué cerveza me daba mayor grado alcohólico por menos dinero. Y así es que conocí las IPA.

Mi hermano estuvo encantado con mi visita de más de una hora a la tienda de la equina y me dijo que había elegido la peor marca de cerveza, “Bienvenido a Vancouver”. Espeluznante experiencia gustativa, pero un gran inicio al conocimiento de lo que una cerveza puede y debe ser. Como los estadunidenses, en Canadá, al menos en la costa oeste, disfrutan mucho de los lúpulos y con algo de aprendizaje gustativo y presupuestando cada punto porcentual alcohólico, las IPA y yo nos hicimos grandes compañeros.


Algunos años después, ya reinstalado en Lima, mis patas celebraron mi llegada con más cerveza (sí, se puede ver una tendencia en mi vida). Para la primera junta oficial, sacaron a relucir sus mejores chelas locales y los aprendizajes, que como yo, habían ganado recientemente en el mundo chelístico artesanal. Me pusieron al frente una 174 IPA y una Shaman IPA, Gonzalo hablándome de las bondades de los lúpulos (con nombres que jamás había escuchado) e hipotetizando con Mariano sobre los granos usados (sí, harto namedropping). No les dije que no encontré ninguna de esas chelas como una IPA, solo sonreí y dije que eran algo diferente a las que había probado. Sosteniendo la sonrisa diferente, saqué de la mochila un pack variado de latas de BomberBrewing, mi cervecería favorita de Vancouver. Probamos la Pale Ale, que estaba al tono de las IPA locales; una weissbier con buenas tonalidades cítricas y, para el final, los sazoné con una IPA, verdaderamente amarga y sin el dulzor de las locales. No fueron necesarias las volteadas de cabeza para saber que todos estábamos bien samaqueados.

Me tomó más de 30 años encontrarle amor a la chela. Más allá de adquirir un gusto, tomar cerveza fue para mí conocer el mundo y a las personas que más aprecio. La chela conecta, no por la borrachera, sino porque más allá de las marcas industriales, las chelas tienen un sabor a cultura local que las hace una experiencia única. Mi mundo cervecero ha tenido un paso hacia lo profundo de la cultura cervecera el año pasado, cuando Andrés me invitó a hacer una chela juntos y, al poco tiempo, Gonzalo me pasó la voz para unir esfuerzo en una mini comunidad de hombrewers y heme aquí. Pero eso ya será material para otro relato chelero. No se olviden de voltear hacia los dos lados antes de pararse de una mesa llena de botellas vacías.


Preguntas de cierre:


· ¿Cómo fue tu primera experiencia tomando una cerveza? ¿Qué tomaste?

· ¿Cómo llegaste a las cervezas artesanales? ¿Cuál fue la primera que probaste? ¿Te gustaron desde el inicio?

· ¿Qué chela recuerdas haber probado, recuerdas con anhelo, pero no la puedes conseguir de nuevo?

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